El 16 de febrero llegaré a la Isla de Lesbos, en Grecia. Voy como socorrista, con la ONG Proactiva Open Arms, para continuar como voluntario la tarea de ayudar a desembarcar a los aproximadamente mil refugiados sirios que llegan a las costas cada día.
El 16 de febrero, martes, llegaré a Lesbos para vivir una de las experiencias más exigentes, enriquecedoras y terroríficas de toda mi vida. No me cabe duda de que será esas cosas y muchas más.
No es terrorífica porque sea peligrosa, que también, sino porque el panorama de los que huyen de la guerra en Siria para llegar a Europa y ser ignorados por los gobiernos es escalofriante. Eso sí que da miedo. Todos podemos ser sirios algún día. Ellos y ellas tenían una vida normal, como la nuestra y de pronto… Te encuentras desesperado, sin nada, en mitad del mar y luchando por tu vida y por la de tus seres más queridos.
Quiero ir para ayudarles, pero también quiero ir para obligarme a no cerrar los ojos. No ver siempre ha sido la opción fácil, lo duro es saber. La tragedia de Siria se ha hecho viral en algunas ocasiones, ha protagonizado los medios de comunicación y las redes sociales. Pero al final la noticia muere sin que ello signifique que la gente haya dejado de morir.
Desde 2011, más de 4.000.000 de refugiados han abandonado la vida que conocían porque su hogar se había convertido en una trampa, quizá ya solo sea polvo y cenizas. ¿Puedes memorizar cuatro millones de rostros? ¿Cuatro millones de historias? ¿Cuatro millones de vidas? Es un número demasiado grande, es inimaginable. Y, sin embargo, es real.
Unos veinte botes llegan cada día cargados de niños y niñas, de jóvenes, de ancianos, de hombres y mujeres a quienes se lo han quitado todo. Veinte botes que llegan casi por arte de magia, ya que las embarcaciones son frágiles, precarias, minúsculas. Cada uno transporta a unas 50 personas cuya travesía por mar es terriblemente peligrosa. Muchos mueren ahogados, otros de hipotermia. En pleno febrero, el frío no perdona y el agua gélida añade aún más riesgo y dificultades.
El equipo de Proactiva Open Arms, del que pronto formaré parte, se ocupa de 17 km de costa por tierra y mar. En la costa, el oleaje vuelve el mar aún más peligroso, puesto que es más fácil que las embarcaciones vuelquen. Es en ese momento en el que los socorristas les acompañan y les ayudan a salir del agua, exhaustos, para que después tanto sufrimiento puedan pisar tierra.
Antes de ser bombero, fui socorrista en las playas asturianas (sobre todo en Xagó), donde el mar es salvaje. Recuerdo aquella etapa con mucho cariño: me encanta el mar y lo respeto profundamente. Desde los veinte años, siempre he estado ligado al salvamento de personas, ya sea en tierra o en el mar, y hasta que dejé mi trabajo nunca había estado tanto tiempo apartado de este mundo.
La verdad es que estoy ansioso y entusiasmado. Hace meses que tenía en mente la idea de ir a ayudar, pero no sabía cómo. Ahora ya es casi una realidad.
Que bueno que apoyan estas iniciativas porque personas como los socorristas de alma noble y desinteresada velan por nuestras vidas y es importante ayudarlos que bueno por usd