NOSOTROS
PABLO CALVO TUÑÓN
Cuando hice mi primer viaje en bicicleta en el 2010, no sabía que iba a cambiarme la vida. ¿Pero qué me ha llevado hasta aquí?
Soy una persona amante de las aventuras, de la naturaleza, de los cambios.
Viajar me hace libre, estar alerta, siempre fuera de la zona de confort, descubriendo nuevos lugares y conociendo nuevas gentes.
Antes de vivir viajando había vivido otras vidas que me hacían feliz: he tenido buenos trabajos, buenos amigos, muchas experiencias… Pero ahora que conozco esta forma de vivir, sé que realmente es la que quiero para mi. Es la única que me hace sentir pleno y completo, la única que no necesita de más justificación para tener sentido.
Sé que para mucha gente no es fácil de entender. Lo normal es que todo cuanto hagamos desde que tenemos conciencia vaya encaminado a crear una vida cómoda y estable y yo la tenía. ¿Por qué renuncié a lo que la gran mayoría de las personas buscan?
Pues es sencillo y, a la vez, muy complicado si no has sentido nunca este impulso: de vivir viajando sin un plan riguroso, sin saber qué vas a comer, dónde vas a dormir o qué intenciones tendrá ese desconocido que se te acerca en plena noche. Esta forma de viajar que es mi vida, se basa en buscar lo que casi todo el mundo trata de evitar: la incertidumbre.
Para mí es un aliciente que me mantiene activo y despierto, que me hace estar en un contacto mucho más cercano con la realidad y con el mundo. Los acontecimientos dejan de ser previsibles y los días dejan de ser idénticos entre sí. No hay nada seguro, salvo esa inseguridad. Tu estado interno es como de alerta continua, el abanico de posibilidades se abre como jamás lo había hecho y empiezas a sentirte más vivo que nunca. Eso es la auténtica aventura.
Aunque siempre había aspirado a este tipo de vida, mi deseo de ponerla en práctica se hizo mucho más intenso a raíz de la pérdida de mi padre en 2011. Fue un contacto muy brusco y real con la muerte. En aquel momento sentí la necesidad de replantearme un montón de cosas y, tras un periodo de rabia e incomprensión, fue como si alguien hubiese encendido la luz: entonces entendí muchos significados de la vida.
Una vida que amo: me encanta vivir y quiero, necesito, que cada día cuente. Esta es mi elección y tengo la suerte de poder llevarla a cabo tal y como yo quiero: viajando en bicicleta por el mundo con mi inseparable perra Hippie.
HIPPIE
Se cree que nació en torno a enero de 2010. De sus primeros seis meses de vida no se sabe nada y los 6 siguientes los pasó encerrada en una protectora esperando un nuevo hogar, hasta que la adopté en enero de 2011.
Pesa unos 20 kg y si algo la caracteriza es que tiene muchísima energía. Le encanta correr y mucho mejor si es detrás de una pelota de tenis, es una de sus grandes pasiones, junto con el agua. Sus hobbies son: morder al agua, escapar del agua, perseguir al agua, tirarse al agua, sacudirse el agua, escarbar en el agua, nadar… y lo mismo pero cambiando “agua” por “pelota de tenis”.
Por eso se adapta tan bien a los viajes y, por eso, cada vez que me ve coger la bici se pone como loca y empieza a dar vueltas a su alrededor, esperando para subirse y no quedarse en tierra.
Cuando estamos viajando y va metida en su caja, tan pronto puede ir de pie sintiendo el aire en su cara y sus orejas ondeando al viento, como hecha un ovillo y roncando.
A veces es un poco gruñona, sobre todo si algún desconocido se acerca a la bici, pero en el fondo sólo está defendiendo su hogar. Porque eso es la bicicleta cuando viajamos: nuestro hogar.
Sobre todo me aporta seguridad y compañía: uno duerme mucho más tranquilo al aire libre sabiendo que ella vigila, y que, mucho antes de que yo sienta acercarse algo o alguien, ella me avisará.
Sin Hippie nunca habría nacido Bikecanine.
Y no tiene rabo.