La noche antes apenas puedes dormir: a pesar del cansancio, los nervios mantienen tu cuerpo despierto, alerta. En lugar de eso, has pasado horas con los ojos abiertos en la oscuridad, imaginando un millón de lugares y situaciones. Todas esas sensaciones viajeras vuelven a ti como si fuera la primera vez y miras el reloj esperando que las horas pasen deprisa. Te mueres de ganas de que todo empiece de nuevo.
Tu mochila espera en un rincón de la habitación a oscuras, una silueta familiar envuelta en sombras. Repasas mentalmente la lista de objetos… Siempre te ocurre lo mismo: aunque la has hecho montones de veces, cada vez que la preparas vuelven las dudas acerca de lo que debes llevarte. Esa sensación también la conoces muy bien: la de que has metido demasiadas cosas y que, al mismo tiempo, se te olvida algo muy importante.
Ya falta poco. Se te cierran los ojos mientras sigues soñando despierto y, de pronto… suena la alarma. ¡Es la hora!
Te pones en pie de un salto y abres la persiana para ver cómo amanece el mundo desde la ventana de tu habitación. Te esperan muchos amaneceres y esta vez sabes que cada uno será distinto en los próximos días. Dentro de ti un estallido anuncia que ya está ahí, por fin es el día. Todo está preparado, todo puede suceder.
Con el último bocado del desayuno bajando por la garganta corres a la ducha. Te vistes casi sin ser consciente de lo que haces, porque tu mente ya ha empezado a volar y tu cuerpo está repleto de adrenalina. Antes de darte cuenta estás en la calle, miras el reloj y un pequeño infarto hace que te dé un vuelvo el corazón.
¡Tienes el tiempo justo!
La mochila pesa una tonelada… ¿por qué pesa tanto? Y apuras el paso hasta casi correr. Cuando ves a lo lejos la estación vuelves a consultar la hora y te relajas un poco, solo un poquito. Revisas el billete de avión para asegurarte de que nada ha cambiado. Una marea de gente entra y sale de la boca de metro, se deslizan por los pasillos con la vista clavada en sus teléfonos móviles. Buscas un hueco en el vagón e intentas no llevarte a nadie por delante con la mochila. Notas algunas miradas curiosas y sonríes. Aeropuerto, ¡tu parada!
La terminal es un hervidero: sorteas hábilmente a los turistas vestidos con colores chillones, a las familias que empujan pesados carros cargados de maletas, a los hombres y mujeres trajeados, a los extranjeros de aspecto exótico, a las parejas que caminan cogidas de la mano, a los viajeros de maleta y a los de mochila.
Te abres paso hasta el panel iluminado: salidas/departures.
Encuentras el tuyo y un torrente de electricidad te recorre la espalda, como una marea que trae otra vez todas esas sensaciones viajeras pasadas y presentes.
Te diriges al control de seguridad y te asomas a la pantalla para ver el interior de tu mochila tal como lo haría Superman. Y al cruzar el detector de metales te pones un poco nervioso aunque sepas que no llevas nada raro, intentando poner cara de buena persona para que se note que no eres un terrorista.
Envías algunos mensajes de despedida mientras esperas en la zona de tránsito.
Atraviesas la puerta de embarque y por fin, te encuentras cómodamente instalado en tu asiento. Dejas atrás las nubes y atraviesas el cielo, con el sol reflejando destellos en la ventanilla del avión.
Estás volando.
Y no te ha hecho falta buscar un billete durante semanas ni gastarte mucho dinero. Porque vives en un mundo lleno de oportunidades para los que saben dónde buscar. Porque tienes acceso a una forma de viajar que nunca antes había existido, como los vuelos baratos de Expedia. Y puedes ver amanecer desde cualquier lugar de la Tierra.
Por mucho que me guste ir en bicicleta, la sensación de volar no se parece a ninguna otra. Y ya no hay excusas porque hoy está al alcance de cualquiera.
¿Quieres viajar? Pues entonces, puedes viajar. Busca un destino ¡y vuela!
Viajar y conocer nuevas culturas te renueva por dentro. Hay mil lugares que conocer y disfrutar. Muchas felicidades por el pedazo de blog que tienes.
Viajar es de los mas rico y saludable tener la oportunidad de conocer otros sitios